jueves, 18 de junio de 2020

Portada y Capítulo I



Capítulo 1

Decisiones difíciles



Los últimos dos meses estaban siendo especialmente duros. Duros era un eufemismo en realidad, porque tenía  la sensación de que su vida era una auténtica mierda en aquel momento. Tampoco era que pudiera presumir  de haber tenido nunca una vida plena y feliz, pero al menos era algo soportable. Ahora cada vez le costaba más encontrarle el sentido a nada. La desesperación calaba hondo en su estado de ánimo y horadaba su carácter.

Nunca imaginó que pudiera pasarle algo así. Ella que siempre se había considerado una persona resistente y fuerte, difícil de amedrentar. El psiquiatra le decía que era normal la forma en la que se sentía, que había pasado por una experiencia traumática y eso pasaba factura. Era humana y sufría como tal. Pero ella se negaba a aceptarlo. Eso significaba una victoria más para el maldito psicópata que la había llevado a esa situación. Y el marcador ya estaba de su parte como para cederle otro tanto.

No era capaz de recordar la última vez que había dormido una noche del tirón. Las benzodiacepinas no la servían para otra cosa que para engancharse como una adicta, puesto que conseguía conciliar el sueño al principio de la noche pero siempre terminaba por despertarse sumida en el horror que le regalaba su subconsciente rememorando el suceso que había cambiado su vida. Y una vez despierta, ya no había forma de volver a conciliar el sueño. 

Era agotador. El dolor de cabeza había pasado de ser algo esporádico a casi permanente, como un leve martilleo que no te abandona. Como un grifo que gotea y da lo mismo lo que trates de apretarlo. Al final, cae otra gota y luego otra y otra… Y esa molestia siempre estaba ahí, ese runrún que te recuerda que no estás descansando, que tu cuerpo necesita dormir, que tu cerebro debe desconectar y reiniciarse para recuperarse. Para repararse. 

Pero era difícil poder dormir y descansar cuando las pesadillas poblaban sus noches sin piedad ni descanso. Eran realmente persistentes al principio, justo después del suceso. Como un metrónomo que marcara una sinfonía desafinada. Una noche tras otra, cada vez que cerraba los ojos. Cada noche, cada maldita noche se despertaba empapada en sudor y gritando. Podía hacerse una idea de por qué motivo no le duraban demasiado sus parejas, aunque esa excusa no justificaba sus fracasos sentimentales del pasado, incluso a pesar de que en varias ocasiones fueran hombres del gremio. En cualquier caso, tampoco era nada de lo que lamentarse. Ninguno había valido realmente la pena. Entre otras de las conductas auto destructivas en las que se había visto inmersa últimamente estaba la de acostarse prácticamente con cualquiera que sirviese para calentarle la cama. 

Después las pesadillas dejaron de ser diarias para pasar a ser frecuentes y eso en cierto sentido era un alivio. Suponía que en parte se debía a los antidepresivos que le había recetado el psiquiatra y a que había intentado recuperar el control de su vida reincorporándose al trabajo, es decir, plantándole cara a la adversidad y enfrentándose a sus miedos. Hasta que llegó el momento en el que se dio cuenta de que necesitaba un cambio. Los Ángeles ya no era una ciudad para ella. La marea de gente que antes le parecía que era un alivio para naufragar en el anonimato de la gran ciudad ahora le parecía la ola de un tsunami que se la iba a llevar por delante sin la más mínima consideración.

Cada vez estaba más convencida de que tenía que tomar una decisión, por difícil que fuera. No podía seguir con ese ritmo. No había quien soportara esa vida. Pero claro, era más fácil decirlo que dar el primer paso. No es que tuviera especiales lazos que la atasen, aunque dejaría atrás a alguna que otra persona que había sido importante en su vida en los últimos años.

Pensaba en todo el esfuerzo que había puesto para llegar  donde estaba y no se veía capaz de decidirse. Tantos años de estudio, de esfuerzo, de derribar barreras y prejuicios se irían como el agua por el sumidero cuando tiras de la cadena. Iba a tirar su carrera por la borda en un suspiro. Quizás sólo era cuestión de tiempo recuperar la normalidad. Quizás tendría que esperar un poco más a que el tiempo milagrosamente sanara todas sus heridas.

  • Tal vez sea una fase. No puedo abandonar ahora. No soy la primera a la que le sucede. Yo no soy de las que se rinde.

Llegó a Los Ángeles con veintipocos años junto a su novio desde la localidad de la costa de donde ambos eran oriundos. Partieron ligeros de equipaje. Podría decirse, de hecho, que llegaron con una maleta llena de sueños por cumplir y poco sentido común. Si hubiera sido al contrario, tal vez aún seguirían juntos. 

Él era músico y la gran ciudad era el lugar en el que podía encontrar la oportunidad que tanto ansiaba. Sería famoso y vivirían a todo lujo. Eso es lo que había repetido hasta el último día que estuvieron juntos. Mientras tanto, ella pronto se dio cuenta de que ese camino sólo les conducía a una calle sin salida y empezó a preparase para ingresar en la policía. Oficialmente, se dejó la piel para contar con las máximas posibilidades de acceso. Había decidido madurar y dejar atrás la insensatez juvenil que la abocaba a una vida sin presente ni futuro.

Pronto se vio que los caminos de ambos irremediablemente se separarían y, aunque intentaron mantener vivo aquel amor que empezó siendo adolescente que les había llevado a luchar por el sueño americano, no tardaron en darse cuenta de que sus intereses les conducían por senderos radicalmente diferenciados. Lo dejaron de forma más o menos amistosa y cada uno a lo suyo. Con el tiempo, se dio cuenta de que aquella decisión había sido verdaderamente saludable, al menos para ella que ya no estaba condenada a pagar sus desmesurados caprichos.

Con perseverancia y mucho tesón, llegó a convertirse en inspectora de la división de homicidios de la ciudad. Su escalada fue asombrosa. Se le daba bien su trabajo. Era intuitiva y concienzuda. Era dura. No se dejaba pisar ni amedrentar por entrar en un terreno que siempre se había considerado típicamente masculino. 

Por su trabajo, tenía contactos con enlaces del FBI. Gracias a su buena relación con ellos y al intercambio de informaciones y otros privilegios, aprendió el modo a través del cual podría acceder a la deseada división de Análisis de Conducta. Había estudiado criminalística en el escaso tiempo libre que tenía, así que cumplía con el primer requisito. Si lo demás dependía principalmente de su esfuerzo, eso no sería un problema. Estaba acostumbrada a pelear con uñas y dientes.

Y ahí es donde se encontraba ahora. Atravesando un agotamiento físico y emocional sin precedentes en su vida mientras leía y releía una y otra vez la carta que le informaba de que había sido admitida. Había logrado su sueño. Pero ya no lo quería.

martes, 2 de junio de 2020

LA HORA DEL OCASO


OS DEJO LA SINOPSIS DE MI PRÓXIMO LIBRO PARA IR ABRIENDO BOCA. EN LOS PRÓXIMOS DÍAS, IRÉ SUBIENDO LOS PRIMEROS CAPÍTULOS A VER QUÉ OS PARECEN. SE ADMITEN SUGERENCIAS Y OPINIONES...

SINOPSIS

Kisha tiene una carrera estelar en la Policía de Los Ángeles. Después de haberse convertido en la jefa de la brigada de homicidios en un tiempo récord, logra incluso ir un paso más allá. Ha conseguido el sueño de entrar en la UAC, a pesar de no formar ni siquiera parte de la estructura del FBI previamente. 

Desde que se incorporara a la policía, destacó su instinto y su habilidad para leer la mente de los asesinos, cualidades que la condujeron hasta la cima. Y justo cuando lo consigue, descubre que no es lo que quiere. Ya no. Una terrible experiencia que ha tenido que pasar hace que se replantee su vida.

Tocando algunos hilos, consigue un anhelado traslado a Carmel-by-the-Sea, su pueblo natal el cual abandonó hace casi veinte años. Allí se reencuentra con un Derek muy cambiado, un viejo amigo de la pandilla de cuando ambos eran adolescentes. 

Añadir título

Todo parece ir sobre ruedas en su vida por primera vez, trabajando en una tranquila localidad alejada de la violencia de la gran ciudad. Hasta que una serie de violaciones y asesinatos empiezan a sucederse a la hora del ocaso.

Prólogo

Era un sótano oscuro y húmedo. Apenas había luz. Se podían oír a las ratas corriendo entre las paredes. Era un lugar infecto e inmundo. Sus muñecas estaban sujetas por unas esposas a una barra colgada del techo. El dolor la estaba matando, los hombros estaban en una posición imposible, tal  era así que parecía que se le dislocarían de un momento a otro. 

No sabía cuánto tiempo llevaba allí dentro. El tiempo parecía haberse congelado en ese lugar de tortura. Estaba aterrorizada. Aquel loco la había sorprendido por detrás.  Había caído en su trampa sin poder siquiera oponer resistencia. ¡Qué estúpida había sido! Debía haber esperado la ayuda. Pero no, ella creía que podría sola, que atraparía al asesino en serie más buscado de la ciudad. Era algo entre él y ella.

No había llegado a verle la cara. Las descripciones que habían conseguido de él, además, eran erráticas, no coincidentes, con muchas contradicciones. Aunque su modus operandi no dejaba lugar a duda. Era él. Su firma era única precisamente por su falta de rúbrica. Era un asesino con patologías múltiples y distintas parafilias, con una victimología un tanto caótica. Difícil de clasificar, ese era el resumen. Era sádico, capaz de imitar fielmente a otros asesinos, frío en la mayoría de las ocasiones pero con arrebatos de furia, en otras. Había trazos de un trauma relacionado con algún rechazo de su etapa adolescente y parecía haber sufrido abusos sexuales siendo niño, posiblemente por parte de un progenitor.

Sin embargo, a pesar de no haberle visto el rostro con claridad, su voz se había grabado en su memoria de tal manera que llegaría a colarse incluso en sus sueños durante meses, inundándolos de pesadillas en las que una sombra en la oscuridad le repetía que iba a hacerle un corte más. “¡Voy a matarte poco a poco, para que seas consciente hasta el último momento de que se te está escapando la vida en con cada aliento y cada gota de sangre que escapa de tu cuerpo!”.

Muchos eran los tajos que le había hecho ya. Pequeños orificios por los que se iba desangrando despacio, incisiones casi quirúrgicas que la debilitaban un poco más a cada minuto. Pequeñas cicatrices que harían que le recordase para siempre, si es que salía con vida de aquello. Y estaban las quemaduras. Y la tortura psicológica. El saber que estaba a su merced. Se había convertido en una víctima más. Y a ella la odiaba con especial inquina por intentar darle caza.

Por suerte, al final todo quedó en eso, en una pesadilla que sería recurrente en sucesivas noches de insomnio. La estrecha colaboración entre la Policía de Los Ángeles y el FBI había dado sus frutos y habían logrado encontrar in extremis el escondrijo donde la tenía cautiva antes de que fuera de demasiado tarde, pero no habían conseguido atraparle. Una victoria a medias. Después de tanto trabajo, de tantas horas robadas al sueño. Una vez más, había logrado escapar dejando un rastro de sufrimiento.

El asesino del ocaso, seguía suelto.