viernes, 30 de noviembre de 2018

Bancos de niebla, disponible en Amazon

Un misterio, un joven con ansiedad social, una travesía por algunos aspectos de la psicología humana, personajes tan diferentes entre sí que parece imposible que el destino cruce sus caminos. En la última novela de Ariel Zorion todo es posible. Las cosas no son lo que parecen, las situaciones cambian de manera inesperada. ¿Y qué es un libro si no un viaje indescriptible?


¿Te imaginas como sería la vida sufriendo de fobia social? Enfrentarte cada día a situaciones incómodas, difíciles, de esas que te llevan al límite y te hacen sentir como estando al borde de una crisis de ansiedad cada vez que sales de casa para enfrentarte a un sinfín de situaciones sociales que nos esperan ahí fuera. Querrías esconderte en tu guarida, no enfrentarte a ellos, pero estás obligado a salir porque necesitas trabajar y quieres superarte a ti mismo, convencerte de que eres como los demás. Tú no eres ningún bicho raro.
Jeffrey es un joven de veinticinco años un tanto singular. De pequeño, le costaba mucho relacionarse con sus iguales y estos se divertían metiéndose con él. Para que luego digan que los niños no son crueles. Si le preguntaran a él, no podría hablar de bondad precisamente. Fue diagnosticado erróneamente de síndrome de Asperger, o lo que es lo mismo, un trastorno de espectro autista de alto funcionamiento, lo que cambió su vida para siempre, la cual ha sido la mayor parte un infierno para él. Le gusta ceñirse a rutinas y rituales que le proporcionan seguridad y que él supone que se deben en parte a un trastorno obsesivo compulsivo. Sí, has leído bien, lo supone, porque, después de su periplo por distintos especialistas cuando era un niño, se niega a ver a un psiquiatra o cualquier otro especialista de la salud mental.
No tiene muchos amigos, la mayoría de los cuales sólo ha conocido a través de internet porque comparte con ellos el amor por la tecnología. Sospecha que, de un modo u otro, tiene muchas cosas en común con ellos. Sin embargo, desde que empezó a acudir a un cafetería que hay cerca de su trabajo, ha descubierto que hay otra persona con la que le gustaría hablar y compartir su tiempo. Alice trabaja de camarera allí y le trata bien. Es amable con él y siempre le resulta agradable hablar con ella, aunque sea sólo unos minutos. Pero Alice tiene una vida bastante complicada, más de lo que él podía imaginar. 
Sin apenas saber cómo, se ve envuelto en una aventura plena de intrigas para la que ni mucho menos se siente preparado

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jueves, 1 de noviembre de 2018

DE PREFIJOS Y SUFIJOS


Aquí me encuentro o me desencuentro, no sé exactamente. Lo que sé es que mi cuerpo está aquí, ese conjunto de músculos, huesos y vísceras que componen la experiencia corporal, acodado en la barra de un bar, apurando una copa de un delicioso Manzanilla de Sanlúcar mientras mi mente se empeña en barruntar una estupidez tras otra como la que acabo de decir sin pronunciar en alto ni una sola palabra.
He entrado en barrena, lo sé, soy plenamente consciente. Lo que no sé es como detener este tren de pensamientos e ideas que ha descarrilado y no encuentra una estación en la que detenerse sin perder la cordura. Será la necesidad de no pensar en nada importante en este momento, para que lo trivial sustituya lo importante y mi mente me vadeé de una idea absurda a otra sin oponer demasiada resistencia.
Supongo que es lo que tiene la desazón, el desasosiego y la desesperanza que te deja un desamor, aunque sea de forma momentánea. Y ahí tenemos precisamente ese prefijo “des”, empeñado en quitárnoslo todo, el sosiego, la esperanza y el amor, hasta hacernos sentir inútiles, en combinación con otro adorable prefijo que reafirma con rotundidad la negación con su “in” al comienzo de palabra y te incluye, paradójicamente, en el prestigioso club de los desheredados.
Pues sí, para aliviar mi corazón herido, me ha dado por darle vueltas a como insignificantes partículas cambian totalmente el sentido de una palabra e, incluso, el sentido mismo de la realidad, hasta el punto de arrasar tu vida con ellas con una fuerza demoledora e inclemente. Porque si te dicen que te dejan porque eres insufrible e insoportable, esas intrascendentes dos letras se te
clavan como agujas, pues resulta que están plenas de ese significado que, al mismo tiempo, le arrebatan y son más trascendentales de lo que siquiera atisbamos a imaginar cuando alguien nos las suelta en medio de una frase llena de rencor y amargura.
Impredecible, esa es la palabra que define la situación, porque no había imaginado que las cosas estaban tan mal entre nosotros y, mucho menos, podía predecir como se ha desencadenado el final de forma tan abrupta y, además, tan dolorosa. Es lo que tiene seguir queriendo a alguien que ha decidido borrarte de su vida. Te deja simplemente aniquilado.
¿Acaso soy merecedor de tanta crueldad? No lo sé. Tal vez sí y sufro de una ceguera selectiva, a pesar de que me cuesta creerlo, puesto que no recuerdo haber albergado mala saña o malas intenciones en el tiempo que hemos compartido juntos. Me parece incomprensible, quizás debido a mi falta de capacidad para comprender lo sucedido, que el lenguaje pueda haberse diseñado para herir un alma tan hondo cuando, a la vez, puede ser una bella herramienta para alimentarla. Imagino que es un arma de doble filo, al igual que el agua puede regar una flor para que crezca o emborracharla hasta la extenuación.
Hoy he visto como de boca de la mujer que amo, porque aún la sigo amando, y con la que he compartido venturas y desventuras salían dardos envenenados que me herían en lo más profundo. Sé que no soy perfecto porque, como todo ser humano, la imperfección es una característica que me define. Pero no soy mala persona, aunque haya cometido equivocaciones. No, no soy infalible y, si le quitamos el prefijo, entonces se constata mi derecho a fallar porque lo contrario sería inhumano.
¿Por qué se empeñarán en ser tan malévolas esas pequeñas combinaciones de letras aparentemente sin significado cuando no van acompañando a un morfema? Puesto que “des” no la puedes combinar con la palabra odio para expresar que dejas de odiar a alguien y, sin embargo, hace la pareja perfecta con la palabra amor, ensañándose en el profundo significado que tiene que alguien a quien tú quieres deje de amarte y, por ello, se convierta en un desamor.
Desvalido, así me siento ahora, porque parece que ya no puedo valerme por mi mismo y necesito este vino blanco y seco que empape mis lágrimas y me reconforte. No encuentro consuelo por mí mismo y su sabor me reconforta de una poética manera. Al menos, me hace sentir que estoy vivo, puesto que, por unos instantes, me he sentido como anestesiado, como extracorpóreo, es decir, como si me encontrase fuera de mi cuerpo y observase lo que pasaba desde una lejana dimensión.
Este vino que se desliza suavemente por mi garganta se lleva con cada trago, aunque sea sólo de forma temporal, el dolor a otra parte menos visible, más recóndita, y me adormece los sentidos mientras los inunda con su sabor que parece venido de otro planeta en el que no existe el dolor, sólo la calidez y el bienestar.
Pienso, analizo, reflexiono. ¿Qué es lo que he hecho tan mal? ¿Cómo no lo he visto venir? Y no encuentro una respuesta unívoca sino polisémica, ambas con prefijos que implican justo lo contrario, como si encerrasen una contradicción en sí mismos. Trato de condensar las ideas, de reunirlas, de convocarlas para que sean definidas y definitorias, palabras con la misma raíz pero modificadas por distintos sufijos para darles un significado que implica diferentes matices, ya
que una decide, resuelve o concluye mientras que la otra define, delimita y diferencia.
Descuido, es decir, la falta de cuidado, ese fue mi error o, al menos, uno de ellos. Me olvidé de los detalles, de esas cosas que parecen nimiedades y que, sin embargo, son precisamente los que construyen una vida en común. Me volví despreocupado y un tanto negligente, es cierto, porque daba por hecho que lo nuestro sería para siempre y, debido a esa ingenua sobreconfianza, ya que tenía exceso de ella, olvidaba fechas importantes y no prestaba atención a las pequeñas cosas del día a día que parecen baladíes, triviales y fútiles y, sin embargo, lo son todo.
Desdicha es la palabra que define mi presente, puesto que carece de esa felicidad intangible, ya que no la podemos tocar pero sí sentir. Percibimos esa sensación de protección que implica el contar con alguien que quiere ser tu compañero de viaje y notamos su ausencia cuando nos abandonan, dejándonos descabalados y deslegitimados.
Los prejuicios provocaron mayores perjuicios aún. Dos palabras tan parecidas y con significados tan diferentes. Prejuzgué la situación y lo primero que pensé, antes de escuchar lo que tenía que decirme, es que había otro, un amante que se había interpuesto entre nosotros. El perjuicio fue mayor precisamente por la desconfianza que generó aquella idea preconcebida de una infidelidad. Una frase llena de prefijos y sufijos como “mente”, “des”, “pre” o “in” que comprimen una historia que ha llegado a su fin.
No quiero pensar más. Es agotador. Pero tampoco quiero sentir, porque hoy sentir duele. Quiero ser insensible a este dolor, inmune, inaprensivo, inasible e indolente, hasta parecer casi inhumano, para que el aguijón del rechazo y su
veneno no me alcancen y atraviesen mi caparazón, agujereando mi alma que es etérea pero no es inmortal.
No sé cómo sentirme. ¿Culpable? ¿Miserable? ¿Abominable? ¿Execrable? Parecen un nuevo club de vocablos con la misma terminación que están destinados a calificarme y clasificarme en una categoría que, al parecer, merezco. Simplemente, es una situación inabarcable por mi mente y mi corazón desgajados, los cuales no alcanzan a determinar dónde y cuándo empezó la debacle que nos ha traído a esta lamentable conclusión.
Debo poner punto y final a este sinsentido en el que me hallo. Y no encuentro ninguna manera mejor que la corte del “des”, que en suma, es la que mejor define cómo estoy hoy. Desbordado por las lágrimas que no paran de caer. Desgastado por el dolor que me rasga desde dentro. Descabalado, pues parece que me han arrancado una parte de mí. Desabrido, como sinónimo de mi incapacidad para saborear el presente. Desbocado, pues así es como estaba mi corazón durante la discusión e incluso tiempo después, ya que no parece capaz de encontrar un ritmo tranquilizador. Desfigurado, porque no podía reconocer mi rostro desencajado en los escaparates por los que he pasado en mi camino hacia aquí. Me siento desechado y, a la vez, un deshecho. Descalificado, desdeñado, desfallecido, desdibujado, desvalijado, desgarrado, desmadejado, desquiciado, destrozado, desvaído...
No puedo seguir enumerando, porque me faltan las fuerzas. Será lo que tiene sentirte desparejado. Sencillamente, duele demasiado.