Respira.
Despacio. Siente el aire frío en tu nariz. Siente como el paso por tus pulmones
dota de energía y paz al mismo tiempo a tu cuerpo. ¿Puedes sentirlo? Es el
oxígeno extendiéndose por cada centímetro de tu cuerpo sin dejarse ni un solo
milímetro, como una engranaje perfecto. Siente como su recorrido a través de ti
lo convierte en aire cálido a la salida.
Respira. No
pienses. Pensar está sobrevalorado. ¿Para qué hacerlo ahora? Pensar duele. Te
hace revivir una y otra vez el dolor, como si no hubiera escapatoria. No te lo
permitas, no te rindas a su dominante influencia. No le dejes invadirte con su
pesar. Siente. Nada más. Concéntrate en tu respiración, en como se hincha tu
vientre, en el movimiento rítmico de tu pecho. Pon toda tu atención en ello
porque respirar no duele, porque te hace sentir bien, porque te proporciona
calma y serenidad. Ahora no hay preocupaciones, sólo tranquilidad. Siéntelo.
Aférrate a este
momento en el que no existe el dolor. Tal vez sea sólo un instante pero ahora
es real. Y es tuyo. Aférrate a este momento y hazlo eterno para que la realidad
no pueda herirte con su crudeza. Aférrate.
¿Sientes eso?
Son los latidos de tu corazón recordándote que aún estás viva. Escúchalos,
están reclamando toda tu atención. No hagas caso al martilleo de tu cabeza que
intenta invadirte y llenarlo todo de pesadumbre. Cierra esa puerta, aunque sea
sólo por unos segundos. Estás viva y merece la pena seguir viviendo. No puedes
rendirte, nunca te lo perdonarías.
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